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miércoles, 21 de abril de 2010

 

La horda o cómo deshacerse de la violencia en México

Ayer platicaba con unos compañeros de mi clase de chino sobre la violencia en Tijuana, muy original el tema, lo sé. En un punto salió la historia de un grupo de chinos en la ciudad que habían asesinado a un mexicano que pretendió asaltarlos con un arma falsa. En eso, alguien dijo: "malditos malandrines, si tuviera una pistola los mataría a todos, varias amigas se han tenido que ir de Tijuana por su culpa" (lo dijo dos veces, porque alguien le preguntó qué había dicho). Así, justificó que el mexicano esté muerto por exceso de fuerza después de su fracasado asalto.

Me quedé callado después de escucharla porque me pareció insultante, aunque el sentimiento fuera legítimo. En esa misma clase otro compañero, en otro contexto, había dicho algo parecido "que se maten entre ellos, pinches malandrines". No creo que ellos sean los únicos que piensan así. Los medios de comunicación siempre se apresuran a paliarnos las congojas cuando alguien es asesinado y nos dicen: "tenía antecedentes penales", incluso han llegado a expresiones lamentables, como la de hace unos días, cuando un hombre fue atropellado "por varios automoviles" (sic) en la vía rápida en Tijuana, al decir que el hombre "tenía varios tatuajes" (lo que nos limita a pensar dos cosas: 1. "qué alivio, seguramente era un malandrín", 2. Es una forma de reconocerlo).

Pero en México las cosas no están tan mal. Calderón dice que la mayoría de los muertos por la violencia del narcotráfico, son, oh casualidad, delincuentes. ¿Se podría culpar a las personas que creen que es legítima la violencia entre delincuentes, que es un "asunto entre particulares, que se puede matar a delincuentes como para ejercer justicia? El viernes pasado, ante empresarios del turismo Calderón aseguró que la violencia en México ocurría entre miembros de cárteles, que no nos preocupáramos porque el asunto rara vez afectaba a "civiles" (y aquí la cosa se pone peor, Calderón, claramente, entiende que hay una guerra entre dos bandos bien definidos. Además fue muy discutido el cinismo con que dijo que los ciudadanos muertos eran "los menos"). Con esa concepción del problema, la violencia está más que legitimada. Incluso alguna vez dijo que su objetivo era evitar que los "cárteles se metieran con la gente", o sea, que mientras la violencia se limitara a sus ajustes de cuentas y el funcionamiento de la mafia, todo estaría bien.

Las contradicciones en el discurso de Calderón son vergonzosas. Aunque asume que se encuentra en una "guerra contra el narcotráfico" por mantener el "imperio de la ley", los momentos de cordura parecen obligarlo a acobardarse y reconocer que la violencia de los cárteles es incontenible, para después darle el espaldarazo oficial. Hace unos meses públicamente aseveraba que quienes dijeran que el gobierno mexicano había perdido control de algunas partes del territorio estaban equivocados, que no había un sólo punto en que no ejerciera su autoridad. Pero ese mismo gobierno ha aceptado que la violencia entre cárteles es legítima, y peor, que la no intervención del Estado en ese asunto es lo más deseable. Eso es lo que se desprende de los dichos de Calderón el viernes pasado.

Ese liderazgo pretende acabar con la violencia y el crimen organizado. Entre muertos nos veremos.

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