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jueves, 28 de enero de 2010

 

Discutamos, pero no tanto

Lo último que está ocurriendo en la política mexicana es como esas señales en la carretera que nos anuncian curvas peligrosas, caída de rocas o fuertes vientos, pero en este caso hay cierta asincronismo, los peligros y momentos culminantes ya pasaron y apenas estamos viendo los señalamientos.

El debate, si se le puede llamar así, desatado por la posibilidad de alianzas electorales ante las elecciones locales en varios estados del país y la propuesta de reforma de Calderón presentada en diciembre, son consecuencia de la oportunidad pasada y de los peligros evitados, en fin, de la degradación de la política mexicana. Esos temas son una muestra de lo que los mexicanos hemos perdido en oportunidades de debate nacional y de construcción de proyectos.

La idea de que el PAN y el PRD se alíen para competir en elecciones con el PRI es una muestra del fracaso de la transición y de la incapacidad de esos partidos de modificar las condiciones en que medró la cultura política que supuestamente habían defenestrado junto con el "viejo régimen". Las acciones y esperanzas alimentadas por Vicente Fox en el 2000 no sobrevivieron siquiera el sexenio: dejó pasar la oportunidad de juzgar y condenar a los criminales priistas, perdió la oportunidad de demostrar a gobernadores que no podrían violentar impunemente las garantías individuales, y por si fuera poco le dio el tiro de gracia a la misma democracia de la que él se creía la más pura personificación. En términos políticos la transición fue degradada y el PAN y PRD perdieron la oportunidad que tenían para transformar este país, para proponer una agenda de reformas que transformara la forma en que se hace la política, se logran los acuerdos, y sobre todo, creamos proyectos los mexicanos.

Pero no lo hicieron, al menos el PAN, partido en el poder, prefirió continuar la agenda al viejo estilo, pactando con los poderes fácticos, transfiriendo la responsabilidad a la "oposición en el Congreso". Y ahora están preocupados por lo único que se preocuparon desde el principio: el número de votos que legitima su permanencia en el poder, junto con todo lo que significa en un país como México perforado por atajos legales y una cultura política que rechaza las reglas. El asunto de las alianzas electorales tiene sólo que ver con votos, y eso ha sido aclarado múltiples veces; no es una lucha épica contra el dinosaurio para "salvar" a México y conducirlo por otros lados, es simplemente un pleito de calle.

Lo mismo ocurre en el caso de las reformas políticas de Calderón. Aunque no se han discutido formalmente, él sabía que no serán aprobadas, es una forma de responsabilizar al PRI y restarle votos por el estancamiento político; irónicamente es su única forma de demostrar que al PRI sólo le preocupa conservar el statu quo. Al final, la discusión no es sobre la mejor forma de organizar la actividad política para generar acuerdos y lograr un funcionamiento adecuado de la democracia, es sobre votos, así, simplemente votos, lo demás puede conservarse como está: lo intocable de los políticos y el poco acceso de los ciudadanos a las discusiones.

Parece como si en México hubiésemos perdido el norte, como si no tuviéramos qué discutir sobre el futuro o simplemente creyéramos que no se puede hablar de él. Una de las últimas muestras es el retiro de la representación permanente de México ante la UNESCO en París o el envío del ex director de la Lotería Nacional, Miguel Ángel Jiménez, acusado de corrupción para favorecer a candidatos de Elba Esther Gordillo, a la embajada de Londres, como si la política exterior ahora fuera sacrificable porque ya no hay futuro, porque México ya no representa algo ante el mundo. Nuestros debates nacionales ahora redundan en la intervención de la iglesia en la política, por ejemplo, y eclipsan asuntos relacionados pero ni remotamente tocados, como la libertad de expresión, la decadente justicia mexicana y los poderes inconstitucionalmente ejercidos de poderosos magnates. Es como si tácitamente hubiese un consenso para evitar discusiones conflictivas, pero para mantener el rol de la política, se decidió que se conservarían las viejas rencillas y evitar así algunos peligros. La consigna parece: proteger el statu quo, la misma inercia que podría llevarnos al barranco inesperado.

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