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El blog más punk de México y alrededores, me consta.

martes, 26 de julio de 2005

 

Discursos radiactivos (and banners?)

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Qué es lo interesante, se preguntaban con vaga curiosidad pueril. Se sentían obligados a hacerlo, la verdad, es que era más que una obligación auto adquirida, las discusiones que proseguían a esas preguntas eran tan variadas y admiradas, que la vanidad dominaba durante todo el momento. Vanidad, no hay que llamarle como los “importantes” preferían. Nadie sabía si a esos gritos y atolladeros imaginarios seguía una reconciliación en un hotel de paso, si es que en realidad había divergencia de opiniones. No tengo que agregar más que todo aquello era impertinente, ridículo, y francamente vergonzoso. Tal vez no sea todo, pero hasta esto entra en esa vorágine de insultos y coladeras de egocentrismo.

Esa altivez, que un dios malhadado quiso corregir con deferencia, tiene bastantes copias, fieles cuando son descaradas, embadurnadas de sustancias olorosas y palabras de la calle, cuando buscan una especie de antifaz. Mal hecho, como casi todo. Tan altivos y deferentes. Estos redentores: literatos, periodistas y científicos (creo que esas palabras representan a todos los que me imagino).

Foucault fue el de la idea, lo sé, su mirada paranoica me dice que en uno de esos congresos, o por lo menos en uno de sus libros, donde las ideas combaten ferozmente, se le ocurrió convertir a todos ellos en los átomos de los que hay que extraer la energía para combatir al poder, los intelectuales. Si el saber y el poder tenían para Foucault una irremediable conexión, ninguna idea mejor que la que sus inflexiones cerebrales crearon: los intelectuales debían defender a la sociedad. Para ese filósofo francés, el poder permitía y creaba el saber necesario para reproducirse y mantenerse, así, había lugares macabros donde ese saber se descargaba en toda la energía de su maldad innata, como los manicomios y las cárceles, hechas para crear un tipo de sociedad donde las ramificaciones del poder pudieran subsistir. Si los que generan el saber que sustenta al poder, según su idea, modificaran la manera de objetivar y se separaran de tal aparato, la sociedad sería defendida de manera proverbial. Foucault no fue declarado “gran pensador” o se ganó algún epíteto por el estilo encargado de estereotipar, y mucha gente se olvidó de él. Desdeñado, ahora quien sabe donde está su tumba.

El poder es algo a lo que nadie quiere renunciar. No digo que con toda intención. Y tiene bastantes artilugios para aparecerse. En algún lado debe haber poder, si no lo tiene el acusador, lo tiene el acusado, y así se desliza como un péndulo. El poder no desaparece, solo se mueve de un actor a otro; y ese es el problema con Foucault. Así los gremios de “importantes” se han esparcido, bendiciendo a la humanidad entera con su infinita bondad y sed de verdad, obteniendo a cambio… todos lo sabemos: poder. No diré que son millones los que lo logran, porque lo bufonesco es el centurión de botarates que se queda rezagado, o sea, los que no defendieron bien a la sociedad, o de los que tal vez su altivez no pudo ser totalmente eclipsada por su deferencia. Altivez y deferencia, no supieron encontrar la posición perfecta.

No, sus poemas no fueron suficientes para persuadir al oligopolio defensor. No causaron la impresión adecuada, o sus madres no los educaron para ser los intelectuales del nuevo siglo y arrollar al poder que lo amenaza. O, lo que es lo mismo, les ganaron los medios para hacerse del poder, sonreír y exclamar con arrogancia (y deferencia al mismo tiempo) que lo que se dice es verdad, irrepetible y admirable. La negación es para las copias, porque el botín no alcanza para todos. Conocimiento y poder están muy unidos, ya lo dijo Foucault, y los intelectuales son la mejor muestra de la fusión.

1 bis

El poder manifestado en miles de bombas, barcos y aviones que retan la capacidad de los almacenes, los mares y el cielo adolece del cariño de los intelectuales, pero solo cuando lo permite. Los intelectuales son moldeados de acuerdo a las necesidades del armado, la coacción de por medio, la violencia potencial del poder político se yergue inefablemente sobre todas las imprecaciones cineastas y novelescas que puedan existir. Cobardía podría minimizar cualquier descripción. ¿O falta de libertad?. La libertad no alcanza para tantos, en este caso.

Con la libertad se ha impuesto la violencia, se ha obligado a ciertas ideas indefectibles, los intelectuales deben comprometerse con ellas o no defienden a la sociedad como debe ser. Así, las cabezas nucleares no necesitan del favor intelectual, porque es tomado como una premisa, pues la libertad es inherente a ellas; la soberanía y los derechos de los nacionales de un Estado se mantendrán intactos si se le lanzan unas cuantas bombas a enemigos invisibles, se les aterroriza y se evapora cualquier especie de futuro donde caigan, para salvaguardar la libertad de esa sociedad.

Por eso las armas siguen ejerciendo una influencia considerable en muchos movimientos, la capacidad del Estado para controlarlas y las medidas que establece para que la sociedad civil las adquiera son regalos para niños melindrosos. El Estado no renunciara a su monopolio sobre la violencia, hacerlo significa su extinción. Así, la proclamada libertad ciudadana, su participación y acceso a la información no incluye influencia sobre la potencial violencia del Estado. ¿Dónde están los intelectuales lagrimeando por el aumento en el gasto militar de Estados Unidos y China? ¿Dónde están esas pancartas amenazantes reclamando el desmantelamiento de las bombas nucleares?

El inerme e inactivo poder de los intelectuales se aparece casi inútil ante peligros más ubicuos que los de la corrupción y las violaciones a los derechos humanos; ante la contaminación radioactiva en Irak, el uso como papel sanitario del Tratado de no Proliferación, la ausencia de verdaderos desarmes, y la desnudez del realismo político sólo se escuchan ligeros reclamos, casi nunca globales, sino enmarcados en espacios y tiempos nacionales, encerrados en consideraciones geográficas que ridiculizan el optimismo que pulula de la globalización. Es imposible creer en una aldea global cuando la soberanía de los Estados sigue siendo la diosa en aras de la cual se esfuma la verdadera seguridad internacional.

El Estado Mundial tampoco es la solución, la violencia no se erradicaría con un Leviatán universal, sólo aumentaría los conflictos ante sus amenazas. La imposición de un aparato policial gigantesco, supranacional, acarrearía descontentos de grupos e individuos amenazados en la integridad que mantienen dentro de su caparazón nacional. Además de que es imposible, tanto en términos económicos, como ideológicos.

Y no, la cantidad de caminos pacíficos y manifestaciones populares esporádicas contra la guerra, no expresan de ninguna manera el despertar de la política sin violencia, al contrario, reafirman la necesidad de un aparato capaz de controlar a intelectuales y pasiones vulgares, asegurar la armonía interna para que los mercados sigan funcionando; reafirman la conexión de intereses de los Estados y la necesidad de intervenir para protegerlos; reclaman la acción hegemónica interna y externa, con violencia, aunque sea el último recurso. Paradojas.

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