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El blog más punk de México y alrededores, me consta.

jueves, 7 de abril de 2005

 

De si es mejor ser amado que temido. O de si es más conveniente ser un idiota que un ruidoso.

Mi pretendida moralidad me inclina a hacerlo, debo aceptarlo, y la torpeza de su claridad no me detendrá. La extraño, la extraño tanto como nunca había creído que ocurriría. La sensación fina pero innegable me llena de una inflexible e inmadura melancolía. En este momento puedo numerar mis contradicciones, precisamente acabo de colocar una. Puedo decir que no es cierto y que el momento pasará, que dejaré el ruido y continuaré con lo de siempre; o que es imposible no hacerlo mientras conceda derecho a esa maraña de pensamientos que he nombrado soledad. Pero no, no me atrevo, porque no sé si eso sea continuar o detenerme. Y unir esto con lo siguiente no es la mejor manera de aclararlo.

Siento que me invade. La sangre encaminada al cerebro seguramente lleva algunas sustancias de las que no sé el nombre. Ahí va, es esa sensación otra vez. Mi reflejo es este: destronar cualquier supuesto que tenga para abrirle paso. Sé que fallaré, pero algo he de hacer. Ya no me basta hablar del otro u otros, ni de la inmensa estupidez, si es que alguna vez lo he hecho.

He visto cómo funciona el engaño y la política, cómo el ruido se acerca más a mí. Y he sido tan descarado que mi grito es poco. Me he complacido en redundar la hipocresía y arrogancia, la inútil mentira. El silencio es mi reflejo, mi límite, la respuesta del alcohólico. Es imposible considerar esto verdad. Ver el agujero y aventarse a él ni siquiera puede ser una osadía, sino una estupidez en su más pura expresión, y eso no es verdad ni mentira, es una estupidez. El cálculo y la razón tal vez no puedan prescindir de la verdad y la mentira, pero la estupidez sí, ella sólo necesita el impulso para existir en el humano apropiado.

Y el ruido puede ser lo uno y lo otro, dos conceptos que se contradicen, mezclados en un pequeño sustantivo (o si se quiere un adjetivo: ruidoso): puede ser lo que quiero y lo que no. El silencio es lo mejor, pero tal vez imposible. El ruido es ambas cosas a la vez. Y el ruido nunca ha dejado de ser, por todas partes hay tierra fértil para él, incluyendo esta enorme venalidad escrita y leída.

Ruido no es la palabra más acertada, sino la más popular y llorada. La noche puede ser el silencio. El día el ruido. Lo bueno el silencio. Lo malo el ruido. Pero eso no se acerca a la idea del que esta a punto de morir, ni al intento de ver del ciego, ni al deseo del desconocido de conocerse. Y esto último no es lo que quiero hacer. Así puedo continuar: haciendo ruido. Pero que la mentira y la política entre la gente es ruido, y que extrañar también lo es, no cabe duda. La inmensidad de la idiotez rebasa esa clasificación.

Tampoco, asociar la estupidez al ruido es lo mejor. El ruido es algo común y la estupidez también. Pero el primero no lleva al segundo, o se debe a este último. Son cosas separadas, pero que en caso de ruido extremo se pueden unir. ¿Quién, que no sea un idiota, no puede controlar el ruido? Y el intento de controlarlo me ha traído hasta acá, sin evitar pisar la montaña de excremento de la mentira o falsedad y una dosis de política.

Poca gente es capaz de aceptarlo, pero el amor es el poder disfrazado de chocolates y sonrisas, de aletargues puberta. Es un gusano que crece tanto como la habilidad política de los implicados. Por eso es ruido, una mentira. Me es imposible separarlo del juego material, del irrisorio propósito material cubierto con el más perfecto tapujo. Un ruidoso espectáculo lúbrico.

Pero la extraño. ¿Y es mentira? No, es ruido.

La política entre las personas es una mentira muy acogedora, complaciente, divertida para algunas, objeto de sus lucubraciones para otras. Maquiavelo fue un burocratilla inservible, poseedor de la suerte intelectual y la más ínfima capacidad de actuar. El era eso, un pedazo del gran ruido que generó. Pareciera que un día despertó y dijo: “es hora de que cague a la humanidad” y escribió El Príncipe, como consciente de que una masa de ecos imbéciles azotarían al mundo. Su propósito hecho perfecta realidad lo demuestran libros y libros publicados de política entre las personas basados en principios disimulados para príncipes (de Estados). Se ha extendido el tributo en las más crudas formas, y lo que es peor, pintado con colores brillantes para atrapar al enjambre. No es difícil encontrar a sus fanáticos distribuyendo estupidez empacada en arrogancia. Sí, creó el infierno de lo patético. Y sólo en estas condiciones ruido y estupidez han llegado a estar tan juntos.

El ruido continúa bien. Cimbra a las masas mientras alguien se erige en el más ruidoso del coro. Continúa tan amplio y general que puede que hasta la estupidez esté desapareciendo para darle lugar, aunque siempre parezcan tan cercanos y dependientes.

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