El blog más punk de México y alrededores, me consta.
La humanidad se compra o compara por la calidad, como toda mercancía, la oferta y la demanda la hacen más codiciada o menos, dependiendo de la ineptitud del comerciante. Tres monedas son suficientes para elevarse sobre el menesteroso hasta el trono de la humanidad. Todo es tan falso y creído en la histeria colectiva, que cualquier desperdicio de ser vivo puede consagrarse en humano. No voto por la ignorancia y el racismo, o la segregación de tipos de gentes. Es más, me declaro defensor de cualquier circo verdaderamente humano, nótese, venga de donde venga. Pero la admiración por todo lo que proviene de la humanidad, la ha hecho un producto tan abundante que el hartazgo, la anti socialización o lo que sea, no pueden despreciarse; es una reacción normal entre tanto admirador anónimo. Justificar cada nimiedad desde la perspectiva de que todo lo que hacemos (como humanidad) es una hazaña, me parece una admiración atroz, pérfida, de niños adormecidos por la televisión y la propaganda pro humano.
Aberraciones hay bastantes, pero una especialmente es la más tragada de todas. En fin, el humano, la persona humana no existe. El temor a responder a este diáfano conocimiento ha inspirado las más variadas doctrinas, el individualismo y sus amigos, por ejemplo; la constante hilaridad respecto a la libertad de pensamiento y de la sempiterna e inherente libertad del hombre. Supongo que este ha sido tema para muchos. Pero días y días corren sin que sean escuchados, al igual que este texto inútil y ruin. ¿Por qué querer hablar del humano como individuo? Si el resultado allí está, la muerte es el receptáculo de todas las pasiones acumuladas, el fin mismo y materializado, donde todos acabamos, la inexistencia, lo que fuimos. El temor de acabar allí, aglomerados, como todos, en una montaña de huesos, ha sido la más terrible de las inspiraciones. El no querer terminar pronto en ella ha transformado al hombre con infinitas creaciones, lo ha moldeado a la cambiante silueta de la supervivencia; o sea, la verdad de un hombre al morir, se ha convertido en verdad para todos; y he allí la mentira de la filosofía y la ciencia, que pretenden alargar la vida sin mirar el origen de su actividad, negando sin querer que sin la verdad de la muerte no serian más que efímeros respiros, o vanos gastos de energía.
¿De que serviría la inmortalidad?, de poco, sólo para extender el diabólico estado de cosas, la pugna entre los hombres por encaramarse unos sobre otros, guiados por la luz de la vida y abrazados por la nada de la muerte. Pero la inmortalidad ha tocado al hombre con el concepto de humanidad, con la admiración extrema de cada uno de sus pasos, dibujados en el presente de las instituciones y sendas ajenas. Allí están la mentira y la verdad, fundidas como si fueran una pieza de dos colores. Mientras todo eso se traga al individuo y lo escupe macilento cuando absorbe su porción de participación humana, son lo único que sobrevive, son una maquina invisible, cargada de mecanismos infalibles para atrapar a cualquiera; y a cambio nos coloca en el pedestal de la humanidad, nos representa en la posteridad como humanos, para que se repita la frase del historiador: “mira, antes también había gente como nosotros”.
Así, frente a todos debemos vender nuestra carne, adornarla para adorar ese falso ídolo que es la humanidad, ese invento tan bonito que excreta cadáveres inservibles.